Ya falta muy
poco para que acabe el año. Apenas diez días, y ya está. Empezamos de nuevo, o
tal vez no. En este trabajo no hay rutina.
Pero hoy solo
voy a hablar de mi. Solo tengo ganas de mirarme por dentro y pensar si he hecho
todo lo que podía. Creo que sí. Creo haberme esforzado, y creo que el esfuerzo,
en ocasiones, ha dado fruto. Pero también creo que a veces, hacer todo lo que
se puede no es suficiente.
Personalmente,
no me gusta cuando decimos que “ayudamos a crear familias”. No pienso que
ayudemos a crearlas. Ya están creadas: de uno, de dos, incluso de tres
miembros. Solamente favorecemos el aumentarlas.
Y aquí estoy,
una pieza más del engranaje, una ruedecita infinitesimal que ayuda a que el
reloj marque la hora, apoyada en otro montón de ruedecitas idénticas, u otras
de distinto tamaño, que marchan al unísono. Pero, ¿cómo entonces cuando miro al
microscopio ese embrión que tal vez, un día, sea alguien, puedo sentirme tan
pequeña?
En el
laboratorio, diariamente, vemos la vida, si no crearse, no voy a ser tan
pretenciosa, sí multiplicarse de forma aún incomprensible y maravillosa. Y casi
nunca tenemos tiempo de pararnos un momento, y solo pensar, solo contemplar ese
milagro constante al alcance de nuestros ojos. Nunca olvidamos a las personas a
las que va dirigido ese milagro, los pacientes que acuden a nosotros, como
siempre decimos, a que les prestemos ayuda. Siempre están en nuestra mente las
atenciones que debemos prestarles, la información que hay que proporcionarles,
y siempre, el cariño. Y por supuesto que tratamos todas y cada una de las
células: espermatozoides, ovocitos y embriones, con el máximo cuidado, con una
devoción solo propia de nuestra profesión. Pero pensar en el prodigio que cada
día nos aguarda, e intentar comprender, eso es más difícil.
Va a acabarse
el año, y tengo que hacer balance. Quisiera creer que alguien, de alguna
manera, se ha podido beneficiar de mi voluntad.
Quedan ya
lejos los tiempos en los que me asustaba enfrentarme al día que veía
desplegarse por delante, como una sábana en blanco. Cuando pensaba que nunca
sería capaz de aprender todo lo que esta ciencia me deparaba. Ahora ya tengo la
certeza de que nunca podré aprenderlo todo. Ni una mínima parte. Pero mientras
lo hago, disfruto en el querer conocer y entender lo que antes me estaba
vedado.
Ayer tuve que
dar una clase en un curso sobre reproducción. Solo tenía que contar las cosas
que realizo diariamente, y es fácil hacer que se contagie el entusiasmo por lo
que te apasiona.
Cuando
finalizó la clase, al inquirir a la audiencia si había alguna pregunta, para mi
sonrojo y sorpresa, se pusieron a aplaudir. Nunca anteriormente me había
sucedido nada igual. Y no sabía que emoción elegir: alegría, vergüenza,
vanidad….
Ahora mismo lo
recuerdo, y ya tengo el sentimiento: únicamente con que una sola persona haya
absorbido la pasión, solo con que alguien aspire a ser una rueda más del engranaje,
me puedo dar por satisfecha.
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