miércoles, 10 de octubre de 2012

LA COCINA DE TAMBRE (DIARIO DE UN EMBRIÓLOGO XX)


El mes de Octubre sigue su curso dentro del año, sin enterarse de nada, aunque el aire es casi de Agosto. Apenas si he conseguido dormir esta noche, con todas las ventanas abiertas y sin una brizna de aire. Sin embargo, no puedo disfrutar de las ventajas del verano, y la noche aún se extiende por las calles.
Me duele la cabeza y la garganta, y hoy es uno de esos días en los que tengo que hacer un esfuerzo por levantarme de la cama. Como los niños, si pienso en otra cosa, a lo mejor ya no me duele nada. O a lo mejor ya no tengo que ir a trabajar…Pero el segundo de regresión infantil pasa pronto: será mejor que me apresure, si no quiero llegar tarde.
Hoy no voy a ir al laboratorio de embriología. Me quedaré en el de andrología,- hace ya algún tiempo que no he acudido-, y además, será mejor alejarme de los embriones si es que puedo tener algún principio de catarro.
He de reconocer que el laboratorio de andrología me encanta. Es completamente diferente al otro y, no sé, quizás sea porque empecé ahí mi formación, y he estado mucho tiempo trabajando con espermatozoides. Pero los quiero. En el amplio sentido de la palabra. A veces, cuando analizo una muestra de semen y compruebo la movilidad de los espermatozoides, puedo quedarme un rato sin darme cuenta, los ojos pegados al microscopio, hipnotizada por su movimiento, siguiendo las trayectorias diferentes y a veces erráticas, comprobando como algunos atraviesan el campo del microscopio sin detenerse un momento, rápidos, como si tuvieran prisa, mientras que otros se demoran en el camino, “charlan” con otros que se encuentran parados, como descansando, o dan vueltas sobre sí mismos sin desplazarse en absoluto. Ya sé que todo esto parece una locura, pero observando detenidamente una muestra de semen, se puede obtener mucha información sobre alguna alteración de la fertilidad del  varón: espermatozoides demasiado grandes, o con defectos de todo tipo: cabezas amorfas y gigantes o, por el contrario, espermatozoides microcéfalos, algunos con dos colas, otros con unas piezas intermedias que parece que llevaran bufanda.
No obstante, el laboratorio de andrología es mucho más que esto. Estudiar la fertilidad de un varón no consiste solo en comprobar si hay muchos espermatozoides o pocos, si se mueven bien o mal, o si su morfología los hace más o menos feos.
El espermatozoide es la célula del organismo más pequeña que existe y, sin embargo, es una de las más resistentes. Y, entre muchas cosas, lo que hacemos en el laboratorio es someter a estas células a tanta tensión y estrés, que no sean capaces de soportarlo. Y, una vez más, comprobamos que tenía razón Darwin: solo los mejores sobrevivirán.
Así es que, ahí voy: a sumergirme en el maravilloso mundo del espermatozoide. 

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