miércoles, 19 de diciembre de 2012

LA COCINA DE TAMBRE (DIARIO DE UN EMBRIÓLOGO XXV)




Ya falta muy poco para que acabe el año. Apenas diez días, y ya está. Empezamos de nuevo, o tal vez no. En este trabajo no hay rutina.
Pero hoy solo voy a hablar de mi. Solo tengo ganas de mirarme por dentro y pensar si he hecho todo lo que podía. Creo que sí. Creo haberme esforzado, y creo que el esfuerzo, en ocasiones, ha dado fruto. Pero también creo que a veces, hacer todo lo que se puede no es suficiente.
Personalmente, no me gusta cuando decimos que “ayudamos a crear familias”. No pienso que ayudemos a crearlas. Ya están creadas: de uno, de dos, incluso de tres miembros. Solamente favorecemos el aumentarlas.
Y aquí estoy, una pieza más del engranaje, una ruedecita infinitesimal que ayuda a que el reloj marque la hora, apoyada en otro montón de ruedecitas idénticas, u otras de distinto tamaño, que marchan al unísono. Pero, ¿cómo entonces cuando miro al microscopio ese embrión que tal vez, un día, sea alguien, puedo sentirme tan pequeña?
En el laboratorio, diariamente, vemos la vida, si no crearse, no voy a ser tan pretenciosa, sí multiplicarse de forma aún incomprensible y maravillosa. Y casi nunca tenemos tiempo de pararnos un momento, y solo pensar, solo contemplar ese milagro constante al alcance de nuestros ojos. Nunca olvidamos a las personas a las que va dirigido ese milagro, los pacientes que acuden a nosotros, como siempre decimos, a que les prestemos ayuda. Siempre están en nuestra mente las atenciones que debemos prestarles, la información que hay que proporcionarles, y siempre, el cariño. Y por supuesto que tratamos todas y cada una de las células: espermatozoides, ovocitos y embriones, con el máximo cuidado, con una devoción solo propia de nuestra profesión. Pero pensar en el prodigio que cada día nos aguarda, e intentar comprender, eso es más difícil.
Va a acabarse el año, y tengo que hacer balance. Quisiera creer que alguien, de alguna manera, se ha podido beneficiar de mi voluntad. 
Quedan ya lejos los tiempos en los que me asustaba enfrentarme al día que veía desplegarse por delante, como una sábana en blanco. Cuando pensaba que nunca sería capaz de aprender todo lo que esta ciencia me deparaba. Ahora ya tengo la certeza de que nunca podré aprenderlo todo. Ni una mínima parte. Pero mientras lo hago, disfruto en el querer conocer y entender lo que antes me estaba vedado.
Ayer tuve que dar una clase en un curso sobre reproducción. Solo tenía que contar las cosas que realizo diariamente, y es fácil hacer que se contagie el entusiasmo por lo que te apasiona.
Cuando finalizó la clase, al inquirir a la audiencia si había alguna pregunta, para mi sonrojo y sorpresa, se pusieron a aplaudir. Nunca anteriormente me había sucedido nada igual. Y no sabía que emoción elegir: alegría, vergüenza, vanidad….
Ahora mismo lo recuerdo, y ya tengo el sentimiento: únicamente con que una sola persona haya absorbido la pasión, solo con que alguien aspire a ser una rueda más del engranaje, me puedo dar por satisfecha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario